La aventura de nadar con un tiburón ballena en Australia

Esta es la continuación de mi relato de viaje a Australia con intercambio de casas. Estábamos cerca de Perth, en el oeste de Australia.

Gracias al dinero ahorrado del alojamiento (por estar intercambiando nuestra casa en Londres con otra familia) pudimos reservar una actividad de buceo en el arrefice de coral Ningaloo donde pudimos nadar junto al tiburón ballena. Te cuento nuestra experiencia a continuación.

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Por suerte, el patrón del Kashi-Mar, Andy Edwards, con sus 18 años de experiencia por estas costas, y su joven pero bien preparada tripulación,entendieron perfectamente cómo nos sentíamos. Con amabilidad, nos fueron introduciendo al tema. A Kami, Luis y a mí se nos enseñaron todas las señales de peligro, se nos avisó de que incluso un buen nadador se puede cansar al perseguir a uno de los mayores peces del mundo y que no pasa nada si se levantan las manos para pedir ayuda. Íbamos a nadar cerca del tiburón ballena pero, evidentemente, no debíamos tocarlo ni permitir que nos tocara. Un golpe incluso suave con la aleta del animal podría golpearnos fuerte y hacernos salir de nuestra zona de seguridad.

Con respecto a la experiencia en sí misma, cada uno escribió un diario contando cómo había vivido la aventura y comparamos nuestras notas al cabo del día. El relato que mejor describió la excitación, la maravilla, la experiencia completa y única de nadar con tiburones ballena fue el de Kami.

Tarda un rato hasta que la adrenalina empieza a notarse. Antes has tenido que aprender los gestos básicos, asimilar las señales, les normas de seguridad, mientras sólo se trata de esperar a qué se nos dé la señal de partida. Entonces el pulso se acelera y los nervios se tensan. Te lo has repetido todo una y otra vez en tu cabeza, y estás listo y a la espera: el traje de buceo puesto, las aletas y la máscara en la mano, cuando llega el aviso “¡¡Go, go, go!!”.

Rápido, tírate al agua, de cabeza, comprueba el tubo y recupera la posición correcta antes de que llegue el tiburón ballena. Sea como sea, no dejes pasar el momento ni eches a perder la secuencia del grupo siguiente. “¡¡Go, go, go!!”. Ya estás dentro, haces lo que te han dicho, te acercas a los demás, la cabeza en el agua, la máscara puesta, mirando de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, oteando, esperando. Aquí no hay nada. Sólo ese inmenso abismo azul por debajo y por todas partes. Nada. Silencio.

De pronto, salido quién sabe de dónde, ahí está. Os miráis a los ojos, viene derecho hacia ti y palmeas lo más rápido posible para apartarte de su camino. Mide cuatro o cinco metros de largo y es maravilloso. Tiene tanta gracia. Tan lento y tranquilo. También es enorme y azul, y está cubierto de miles de motas blancas. Te han explicado que buscaras su “huella dactilar”, un conjunto de motas debajo de la aleta pectoral que le diferencia de cualquier otro tiburón ballena del mundo. Te han explicado que tus fotografías pueden aportar algo a la investigación científica y no paras de disparar, intentas a toda costa sacar una buena foto.

Hasta que te das cuenta de que ya te está dejando atrás y que no va a reducir su velocidad. No, no, es demasiado rápido. Tan rápido. E intentas desesperadamente volver a su lado. Nadas, nadas, dándole con toda tu fuerza a las aletas para seguir a su lado, seguir viéndolo. Ver sus líneas, su manera suave de deslizarse. Te maravilla el ruidito suave, swish, swish, de su cola a medida que se propulsa sin esfuerzo en el océano. Estamos a pocos metros de la superficie y la luz del sol juega con ella: parece que los rayos llegan hasta ti desde el fondo, desde un agujero en la profundidad del océano, sesenta metros más abajo. Este es el mundo del tiburón ballena y te está dando permiso para que lo descubras.

Pudimos seguir no sólo a un tiburón ballena sino a tres!, mientras duró nuestro turno antes del siguiente grupo del Kashi-Mar, hasta que los animales decidieron sumergirse y desaparecer.

Luego paramos para almorzar, un delicioso picnic que nos supo a gloria tras el sabor a sal en nuestros labios. Por último, fuimos al parque marino para relajarnos buceando con tubo y máscara. El momento pasado con los tiburones ballena había acabado pero aún nos esperaban las maravillas del arrecife. Con un poco de suerte, se puede ver una tortuga o delfines, y cantidades de peces de colores y de coral, o incluso una raya manta casi perfectamente camuflada, descansando en el fondo arenoso.

De camino a casa, sobre las 4:30 h de la tarde, es cuando nos dimos cuenta, de nuevo, de lo que habíamos hecho. Habíamos nadado al lado del mayor pez marino. Sin jaula, sin nada, sólo el océano abierto y nosotros, con el ser más bello que hayamos visto nunca y que tal vez volvamos a ver. Vaya emoción!.

Estamos desayunando en el café de la plaza de la ciudad y el camarero que prepara nuestros zumos nos hace una sugerencia. ¿Por qué no completar la experiencia con una panorámica del arrecife a vista de pájaro? Un chico joven, Gavin Penfold, al que hemos visto esta mañana en el periódico porque ha ganado un nuevo récord volando con su avioneta ultraligera de un lado a otro de Australia, tiene su base aquí en Ningaloo y ofrece vuelos turísticos. Tenemos que volver a casa mañana. ¿Nos da tiempo? Vamos a comprobarlo.

Terminó siendo la guinda en el pastel, la nata en el café. Volar zumbando en el cielo por encima del arrecife, en algo apenas mayor que un mosquito, fue otra experiencia increíble en Ningaloo. Al final habremos visto la costa y el arrecife desde dentro del mar, desde la tierra y ahora desde el cielo. ¡Qué vistas, qué experiencia y qué fabuloso descubrimiento!

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